Más allá del trauma
Laya Glueckstein, habla en el canal de YouTube de Somarte de su trabajo como terapeuta integral acompañando a personas víctimas de abusos, especialmente durante la infancia.
Sabemos que es un tema terrible, difícil de tratar abiertamente, pero para las personas que trabajamos en la relación de ayuda y acompañamiento emocional, es algo con lo que lidiamos. Es una cruda realidad a la que el paciente tiene que enfrentarse en su proceso de sanación.
El cuerpo es un reservorio de todas las experiencias ya que impactan a nivel emocional y éstas tienen su correlato físico. Lo que ocurre, es que a veces son tan repetidas que desaparecen de nuestra conciencia y se vuelven un hábito, por ejemplo, cuando queremos evitar el miedo, metemos tripa y levantamos y cerramos el pecho, y a nivel visceral los intestinos también se cierran. Es una manera de afrontar determinadas situaciones. La incapacidad de movilizar la espalda indica cierta dificultad en la movilización de la cólera, así como la retención de la agresividad en los hombros. O la falta de apoyo en la desvitalización de las piernas. Para el organismo toda emoción que no puede liberarse, es una tensión crónica que necesita moverse. Las personas que han sufrido de abusos durante su infancia tienen un cuerpo tenso y a la defensiva, cosa absolutamente natural ya que ha sido una manera de sobrevivir.
Cuando hay un suceso traumático, parece que el cuerpo sufre de una especie de “congelamiento”, una manera de disociarse de él para evitar el contacto con el dolor, e incluso las áreas del cerebro que corresponden a los sentimientos viscerales llegan a desvincularse de la conciencia. Sin embargo, la desconexión no es selectiva, si hay desconexión del dolor, también la hay del verdadero sentimiento de alegría o placer. Un cuerpo traumatizado tiene dificultades con percibir los cambios corporales más sutiles, por lo que las técnicas de conciencia corporal unidas al trabajo cognitivo de un profesional son fundamentales para reintegrar las partes fragmentadas de la persona.
En primer lugar, es necesaria una toma de conciencia, aprender a diferenciar qué está pasando, no confundir sensaciones como la ansiedad o la tristeza, con cualquier tipo de compulsión, ya sea darse a la comida, el alcohol, estar en permanente actividad etc.
Según la ONU el 10% de los niños y jóvenes europeos sufren abusos sexuales, un 23% violencia física y un 29% violencia emocional, y sabemos que la realidad es que cualquier tipo de abuso o violencia tiene un altísimo coste a lo largo de la vida adulta.
Cuando me pongo a escribir sobre esto, me viene a la mente, la imagen de un sistema de equilbrios, en donde en un lado está el camino trillado, aquel que es de sobra conocido, sano o no, pero es eso, lo que hacemos habitualmente, y en el otro lado está lo no explorado, lo que no transitamos habitualmente. Es muy probable que el balanza esté moviéndose de arriba abajo durante gran parte de nuestra vida, nos divierte, entretiene y proporciona intensidad, pero lo más seguro es que llegue un momento en el que apetezca explorar otras posibilidades. Lo cierto es que se puede equilbrar, aunque para ello haya que ir probando hasta conseguir la estabilidad, estos momentos de plato arriba, plato abajo son los momentos de crisis.
Salir del hábito requiere de mucha consciencia, porque está tan grabado a fuego que indefectiblemente va a querer salir a flote dado que son automatismos que arrastramos del pasado. La consciencia requiere de un trabajo de atención constante, para ello es interesantísimo cualquier entrenamiento de la atención, meditación, mindfulness, consciencia corporal, o cualquier disciplina de entrenamiento de la atención que encaje contigo.
Los hábitos son muy necesarios, porque es la forma en que aprendemos a realizar ciertas actividades de manera efectiva. Es archiconocido ese estudio que indica que para que se genere un hábito, hacen falta 21 días de práctica, pero es un estudio muy contextualizado, si miras en tu propia experiencia, sabrás que para instaurar una nueva conducta sostenible en el tiempo, se necesita más de un mes, especialmente si estás tocando algún hábito sustentado sobre creencias muy fundantes. Un estudio de la Universidad de Londres (University College London) concluye que entre 18 y 254 días, y que la mayoría de personas lo consiguen a los 66 días, todo dependiendo de qué hábito se trate y de cuanto te motive. Como verás, aquí no hay fórmulas mágicas, y se trata de práctica, práctica y más práctica.
“Si cada día pones un puñado de arena, formarás una montaña”.
Buda
Los hábitos matan la creatividad, ganamos rapidez, efectividad y podemos alcanzar incluso la maestría, pero nos hacen funcionar en piloto automático obviando otras posibilidades, además estamos recorriendo los mismos canales neurológicos una y otra vez, seguramente alcanzando grados muy óptimos de resultado, pero como digo, matando otras posibilidades, es muy interesante introducir cualquier pequeño cambio que rete a tu cerebro (o sea, retarte a ti misma), hacer una acción con la mano contraria a la habitual, ir por un camino distinto al de todos los días, o hace cualquier modificación en tu vínculo con las demás personas. Si lo haces, escucha tus pensamientos, sensaciones y emociones, ahí tienes a tu observador interno. Si haces esto, es muy probable que en algún momentos aparezcan resistencias, dificultades o que incluso te olvides, cuando eso ocurra, observa que te dices. Introduce recompensas que te animen a seguir en el camino, comparte tus avances con tu entorno, e incluso te diría que los anotaras para que no se te olviden si tienes algún momento de bajón.
Entiende también la vida tiene sus procesos y el ritmo quizás no es siempre el que deseas, y que te puedes despistar mucho en el camino, de ahí la importancia de no perder la atención, y una vez que aparezca eso que te despista, pregúntate. ¿esto me acerca o me aleja de lo que yo quiero?.